lunes, 16 de noviembre de 2009

Historia de nuestra Fundación

San Agustín (354 – 430), en compañía de unos amigos, instituyó un tipo de vida religiosa inspirado en la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén.

Primero en Tagaste, todavía laico, luego en Hipona, ya presbítero, y después siendo obispo, “según la regla establecida por los santos Apóstoles”.

Este ideal de los siervos de Dios, constituido por ciencia, continencia y auténtica pobreza, proliferó especialmente por el norte de África, donde muchos Hermanos fueron llamados a desempeñar el ministerio pastoral en las comunidades cristianas.

La formulación de este proyecto de vida, que él mismo experimentó, es conocida a través de sus escritos -sobre todo la Regla para los siervos de Dios-, en los que trata ampliamente de la vida monástica. Por eso nuestra Orden lo reconoce desde sus inicios como padre, maestro y guía espiritual, ya que de él recibe su Regla, nombre, doctrina y espiritualidad.

S. Agustín también instituyó un Monasterio de siervas de Dios del cual, durante muchos años, fue superiora su hermana. Al morir dejó Monasterios de hombres y mujeres bajo la dirección de sus respectivos superiores.

En el siglo XIII, por las necesidades de aquella época, la Sede Apostólica favoreció activa y diligentemente el nacimiento de las Órdenes Mendicantes. Entre otras cosas, el Papa Inocencio IV, teniendo como fundamento la Regla de san Agustín, estableció unas normas según las cuales se pudieran unir y gobernar ciertos grupos de ermitaños que habitaban en la Toscana.
De aquí surgió jurídicamente la Orden de Ermitaños de San Agustín, en el mes de marzo del año 1244. Este primer núcleo creció y se consolidó con la agregación de otros grupos semejantes, que se fundieron en la Gran Unión, promovida por el Papa Alejandro IV, el 9 de abril de 1256.
La atención que la Sede Apostólica dispensó a la Orden en su nacimiento marcó clarísimamente su actividad, en cuanto se consideró destinada al servicio de la Iglesia universal. De aquí nace también la fidelidad de la Orden a los Sumos Pontífices.

Desde el origen de la Orden, algunos monasterios femeninos nacieron por iniciativa de la Orden misma; otros, que ya seguían la Regla agustiniana, se asociaron a la Orden espontáneamente o por intervención de la Iglesia: así surgieron las "Monjas Ermitañas de San Agustín". Así somos parte integrante de la Orden, y ocupamos en ella un puesto eminente.

El título de "Ermitaños" y de "Ermitañas" poco a poco llegó a ser sinónimo de "Agustinos" y "Agustinas".
Hoy nuestra Orden se denomina "Orden de San Agustín", o simplemente "Orden Agustiniana"; y se designa con la sigla O.S.A.

La vida en el Monasterio

Todo lo vivimos en común: oración, trabajo, sufrimientos, alegrías.

Nuestra vida está jalonada de momentos de oración común y particular, pudiendo decir con el salmista “siete veces al día te alabo Señor”.

El trabajo nos permite vivir en equilibrio nuestra viada contemplativa, al mismo tiempo que como pobres en Cristo nos permite obtener nuestro sustento diario.

El gran anhelo de san Agustín, por la sabiduría, es un incentivo para que al estudio y la lectura dediquemos una atención y un horario especial en nuestro día.

Nuestro día está organizado a diario de esta forma, aunque en fiestas especiales, suele cambiar ligeramente:

06.30 levantarse
07.00 oración y laudes
08.00 Eucaristía
08.45 tercia y coronilla a la Stma. Virgen
09.00 desayuno, seguido de los trabajos de la comunidad.
12.45 sexta
13.00 comida y recreo
14.00 descanso
16.00 Oficio de lecturas y santo Rosario
19.00 vísperas, meditación y lectura espiritual
20.30 cena y recreo
21.30 completas

Cual és nuestro carisma

El elemento fundamental de nuestra vida agustiniana, nuestro carisma, es la vida común, en virtud de la cual las Hermanas, arraigadas y unidas en el amor de Cristo, mientras tendemos incesantemente a la interioridad y a la búsqueda de Dios, nos servimos mutuamente, intentando desarrollar los talentos naturales de la persona humana y trabajando con todas las energías por el bien de la comunidad. En este género de vida, no poseemos nada como propio, sino que vivimos de los bienes comunes.
En nuestra Orden el concepto de Comunidad no se agota ni se circunscribe a los límites de la Comunidad local. En consecuencia, el sentido más pleno de la comunidad en nuestros Monasterios, aun conservando su autonomía, se realiza en la comunidad de toda la Orden y en comunión con toda la Orden. Ella es nuestra principal Familia, que se ordena al bien de la Iglesia, comunidad suprema de todos los cristianos.
Signo y defensor de la unidad de la comunidad de la Orden es el Prior General, quien ha de promover la fidelidad al carisma agustiniano mediante exhortaciones e instrucciones.
La nuestra es una Orden de fraternidad apostólica en cuanto se propone revivir hoy la experiencia de la primitiva comunidad apostólica (cfr. Act. 4,32).
Esta imitación de los Apóstoles se manifiesta en la fraternidad y en el servicio al pueblo de Dios.
La fraternidad, fruto y don del Espíritu Santo, es de capital importancia en nuestra comunidad agustiniana y nos dispone a reconocer y practicar la fraternidad universal en Cristo.
Nuestra Orden, nacida para vivir en el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios, realiza su servicio apostólico testimoniando y comunicando a los hermanos el aliento de la búsqueda de Dios y la radicalidad evangélica.

La espiritualidad agustiniana

De entre los múltiples aspectos del carisma agustiniano, esta vida contemplativa tratará de vivir, con especial relieve, estos cuatro:

La interioridad:
Para lo cual se potenciará: el silencio (educando en el silencio hasta que este llegue a ser una necesidad), la paz, la quietud, el apartamiento (como oposición y denuncia del activismo, la prisa y el movimiento continuo que, incluso en nuestros monasterios, tiene buena carta de ciudadanía. -Aceptando que, a lo largo de la historia, se ha dado un abuso en el uso de la clausura (al imponerla a toda mujer consagrada, apartándola de la práctica apostólica), tal vez hoy, siguiendo la ley del péndulo, se ha pasado a la postura contraria, y haga falta reivindicar que la clausura no es un mal a eliminar, sino un medio privilegiado para la vida íntegramente contemplativa que hay que revalorizar y vivir en todo su sentido- ), la oración prolongada (que posibilite profundidad en el encuentro con Dios), la formación (tratando de crecer en la propia conciencia de lo que vivimos y somos, para valorarlo, potenciarlo y defenderlo; para conocer en profundidad los caminos del espíritu, educando en la autoformación, tanto personal como comunitaria. La ascesis (como medio imprescindible para el fiel seguimiento de Cristo; en oposición y denuncia al consumismo, al criterio hoy vigente de actuar por el gusto y no por el uso, etc...)
La vida común:
Nuestros antepasados nunca olvidaron el estilo de vida de la primitiva comunidad apostólica, tal como se expresa en la Regla: "El motivo esencial por el que os habéis reunido es para que viváis unánimes en la misma casa y tengáis un alma sola y un solo corazón orientados hacia Dios".
"Nuestro Padre y Fundador, al querer renovar la vida apostólica, basó su ideal monástico de vida sobre esas pa¬labras antes citadas. Y si examinamos atentamente la intención de N.P.S. Agustín... comprenderemos que fundó su Instituto Religioso sobre la comu¬nidad, o mejor aún, sobre la comunión" ; es decir: "sobre la comunión de cohabitación local..., de unión espiritual..., de posesión temporal..., de distribución proporcional". A esta cuádruple comunión se reducen, en última instancia, "todas las normas de la Orden contenidas en la Regla y Constituciones".
Sin la comunión de "unión espiritual" no tiene sentido la comunión de cohabitación. "Si estamos reunidos corporalmente debemos también estarlo espiritualmente. De nada sirve, en efecto, que nos cobije una misma casa, si nos separa un diferente voluntad; ya que Dios se fija más en la unidad de espíritu que en la unidad de lugar".
Se crearán y potenciarán los espacios de intercomunicación espiritual a nivel comunitario: para revisar de forma periódica toda la vida de la comunidad, a manera de examen de conciencia comunitario, y para llevar a cabo una autoformación comunitaria sistemática que favorezcan los objetivos antes señalados.

La itinerancia espiritual:
Se tratará de crear una fuerte conciencia de dinamismo. Nuestra vida es dinámica, no se trata de un estado sino de un camino. A nivel comunitario se ha de partir de unos mínimos comunitarios, exigibles a todas, pero animando y favoreciendo unos máximos individuales. La comunidad ofrecerá el marco adecuado y será garante de que cada una pueda desarrollar su personal llamada a la santidad y seguir las exigencias particulares de la misma. Por ello se creará conciencia de que, al igual que, en lo material, no todas tenemos las mismas necesidades, así en lo espiritual: a cada una según su necesidad, en palabras de N. P. san Agustín. Romper la uniformidad no es romper la unidad, sino que la comunidad quedará enriquecida por una diversidad unida. Esta unidad se llevará a cabo por la coordinación que la superiora ejercerá de estas exigencias personales que, nunca se llevarán a cabo por libre, sino con la aprobación de la misma, la cual, a su vez, velará para que esta diversidad sea armónica en su conjunto.

El servicio a la iglesia:
Siendo conscientes del servicio sagrado de glorificación de Dios, de intercesión en favor de los hombres y fomentando el valor testimonial de la vida contemplativa por el hecho de descubrir, potenciar y vivir valores esenciales, humanos y religiosos, que hoy se puedan estar descuidando. Fomentando a su vez una fidelidad activa al magisterio de la Iglesia.

San Agustín, de pecador a Padre de la Iglesia

San Agustín 2

San Agustín 3

San Agustín la 4